Moby Dick ejecutaba su obra. En su piano sus dos manos, sus parodias y doctrinas ¡Qué de honores le rendían las sardinas! Sin saberlo, balleneros merodeaban por la zona; no a la caza sino en busca de sosiego, aquel mismo que deriva del esmero. Es verdad, no era culpa del navío ni de vientos o mareas con sus olas; era culpa del orgullo ballenero que haya arpones que se muevan a su bola. ¡Preparados, partituras, abran fuego! Siempre hay miles que agradecen el esfuerzo. Y si cortan cuerdas siempre será vaselina, para meter bien adentro la doctrina. No se jactan los que no obran sublime ni lo hace la ballena y se deprime, porque pasan uno a uno los decenios y no logran conquistar todo su reino. Mil ballenas y monarcas hacen falta y aún así quedan mil escaramuzas. Los arpones no se compran con dinero ni lavados de cerebro tan chapuzas. Uno, dos, veintidós, seis y dos patitos, dicta el verbo que amerita tal calaña. veintidós una a y algún catorce, otra a y la del plural su condición, que no hay sitio en este mundo en el que moran donde no oigas una burla a su nación.
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