Me mudo a un nuevo barrio y al poco tiempo tengo problemas con un vecino. Discutimos. Me hostiga y discrimina y lo denuncio. Es un mal vecino.Y lo peor es que hay otros vecinos, también muy pero muy malos, que lo apoyan. Por eso me cambio nuevamente a otro barrio y otra vez lo mismo. Una plaga de malos vecinos. Pienso que me envidian. Son estúpidos y soberbios. Están enfermos. Mientras recuerdo que soy el elegido de Dios me voy mudando de barrio en barrio. Cambio de clima; de regiones. Cruzo océanos, desiertos, bosques…. Pero más tarde o más temprano, en todos lados pasa lo mismo. Esos malditos malos vecinos que no me entienden y que me acusan falsamente.
Pasan los años y los siglos y me transformo en el eterno errante. De hecho pasan miles de años. No importa ni el color de piel, la religión o la lengua que hablen mis vecinos. Incluso ni el régimen político que los sustente, siempre acabo teniendo problemas y a los cuatro vientos proclamo y escribo en sagrados papiros que yo soy la víctima. Milenios de malos vecinos que jamás me entendieron.
Así que concluyo, según mi sana e irrefutable lógica, que el problema está en los vecinos, no en mi.
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