Y así empezó todo. Al principio fueron desconexiones aleatorias. O eso creíamos. El sistema se estaba poniendo en marcha. Luego vinieron las leyes. Entonces nos dimos cuenta que lo anterior había sido un simulacro; un ensayo. Y habíamos sido los hámsters.
Estuvo todo el tiempo delante de nuestras narices. Lanzaban programas de prueba en el país donde más convenía y luego la medida se tomaba globalmente. Todo el tiempo delante de nuestras narices. Así parece ser el ser humano: un animal que niega lo evidente. Un zorro se arranca una pata cuando ve que no puede escapar con ella. El ser humano, por el contrario, tiene fe en que escapará sin arrancársela. Y muere con su fe. Así murió la libertad en Internet: creyendo que escaparía con sus cuatro patas sanas. La red, el tejido de IPs. La matriz. Paquetes que viajan sin aprender. La telaraña que nos permitía escapar de la ignorancia hoy tiene una función diferente. Deberíamos habernos dado cuenta que la araña no teje un hogar, sino una trampa. Y así están las cosas…
Hoy miro a mi derecha y encuentro un esclavo de Facebook. A mi izquierda otro de contenido superfluo. Atrás y adelante ya no quiero mirar. Es irónico, la red se tejió para ahorrarnos tiempo. Hoy lo devora y nos provoca un gesto repetitivo, automatizado. No importa cuanto creas ser libre. Tu cuerda es sólo un poco más larga.
Y morirás. Como has nacido morirás. Sin cambiar nada morirás. A veces pienso en eso. En lo inútil que es tomar parte del cambio. El cambio no existe si no es previamente aprobado. Existen algunos arquitectos con una única cabeza; miles de ejecutores con varias manos y una herramienta infalible: the Net.
La red incluso define los conceptos con los que vas a aprender a pensar. Por ejemplo, veamos que dice la red sobre la libertad: la libertad es es la capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad pero en sujeción a un orden o regulación más elevados. Hay un orden más elevado que la libertad. Un orden que la regula. Denme el poder para imprimir el dinero de un país y no tendré que preocuparme por sus gobernantes.
Y los protectores, los supuestos protectores de la libertad. Esos son los mejores. ¿Qué protector de qué libertad ha operado consecuentemente para protegerla? Dime dos. En su defecto dime uno.
Luego llegó la Internet de las cosas. La red se fractalizó y entró en lo más pequeño. Corrieron entonces todos los falsos hombres libres a configurar IPTables. Puertos filtrados. Proxies. Tor. Anti SkyNets. Fue como intentar hacer un bypass de una vena de un dedo con otra de su inmediato siguiente. Esa falsa creencia de la descentralización. Todo acaba pasando por el corazón. O para ponerlo más claro: por los riñones.
Hoy me acuerdo lo que me contaron aquella vez. No hace tanto. ¿Cuál es la mejor forma de atrapar a las ovejas? ¿Perseguirlas? A los arquitectos no les gusta el trabajo físico. Llamémosles pastores. No, mejor llamémosles arquitectos. O las dos cosas. O mejor aún, llamémosles arquitores. A los arquitores no les gusta el trabajo físico, pero desean las ovejas. ¿Para qué sino iba una araña a tejer una tela en un mundo sin moscas? Ponen entonces de comer a las ovejas en campo abierto. Todos los días en el mismo lugar. Cuando las ovejas se acostumbran al lugar ponen un lado de la cerca. Las ovejas son libres, no se asustan. Pueden correr y escapar. No temen. Y así les llega la segunda fase de la comida. Se acostumbran. Un buen día aparece la segunda parte de la cerca. Les parece raro pero les da igual. Hay comida y pueden salir corriendo cuando quieran. No están en riesgo. Comen y no se alejan demasiado. Merodean cerca. Vuelven a comer. Muy consuetudinarias ellas. Pero un día la comida se acaba. Se limpian y se preparan para irse a merodear. Como todos los días. Pero no pueden. Creen estar equivocadas y vuelven a mirar a izquierda y derecha. Atrás y adelante. Da igual donde miren. Hay cerca en todo el perímetro. Y justo cuando empiezan a desesperarse una voz grita:
– Ovejitas, ovejitas, a comeeeeer…