La próxima vez no los dejo entrar

Resulta que hay un o una vecina hijo/a de puta que se ha empeñado en joderme la vida. Teniendo en cuenta que sea el de arriba, viudo, borracho y vago, perteneciente a la típica familia que grita los goles como animales, sea la hora que sea: a esa típica familia en cuyo suelo se arrastran sillas y muebles a la hora que escojas; y a la que cuando se discute con el hijo se termina pidiendo auxilio; entonces me vería sorprendido dada la hipocresía. Pero si por el contrario, tengo en cuenta que puede ser la zorra de abajo, esa que se pasa gimiendo de la una a las tres (de la mañana); esa a la que su exnovio, padre de su niño, le decía que era una estúpida y que ya no la quería más, entonces me parecería lo más lógico. Pero resulta que puede ser cualquiera de ellos los que, cuando mi mujer y yo discutimos, llaman a la policía para hacer funcionar lo que hoy se conoce como la ley de violencia de género. Puede ser cualquiera de los dos. Ella por puta despechada y el otro por subnormal con el agravante de que su familia ha sido objeto constante de mis quejas por ruido, con lo que, de alguna forma, también es hipócrita.

Las tres primeras veces uno recibe a la policía con calma. Les abre la puerta, les deja que hagan su trabajo incluso les invita un café. Si, todo eso, aunque de buenas a primeras hayan entrado al domicilio pensando en que eras culpable de cualquier cosa que haya podido pasar allí. Sin embargo la cuarta vez ya no es lo mismo. Cuando a uno le tocan el timbre una cuarta vez, lo lógico es cabrearse con los cuerpos de seguridad. Plus si compruebas una vez más que, de cara a los grilletes, eres sospechoso de todo crimen, aunque este ni siquiera se haya cometido. Entonces empiezas a hacer valer tu sitio. El agente de la ley inconstitucional pasa y le dices en un castellano ibérico típico:

– Me teneis hasta los cojones. La próxima vez no os abro.

Lógicamente, el oficial de turno, siguiendo las instrucciones de la academia, intentará mantener el control de la situación siguiendo el protocolo y dando la impresión de ser más ostentoso que uno mismo. Lo mismo hacen los tres compañeros que vienen con él y supongo que los otros dos que esperan abajo, en el portal. Pero entonces es cuando uno repite:

– Es la cuarta vez que venís y me teneis hasta los cojones. Si estis aqui dentro es porque yo os dejo pasar pero la próxima no os abro la puerta. Haced lo que tenéis que hacer y os vais a tomar por culo.

Lo esperado, siquiendo su papel te pide los tuyos y agrega que van a venir tantas veces como la gente los llame. Seguidamente los policias hacen gestos con el cuerpo pidiendo que te calmes, mientras tu los miras ladeado, como un perro curioso. ¿Y a estos que les pasa? No te dejan ni meditar acerca de por que creen que estás no-calmado y te comentan que la operativa es así y que ellos la estan siguiendo a la perfecicción. Piensas entonces, mientras sacas tu pasaporte, que si ellos siguieran la operativa a la perfección, antes de presentarse en tu domcilio habrían averiguado a casa de quien iban y habrían considerado correcto presentarsecon un chaleco anti-bala. Si siguieran una operativa correctísima y uno fuera tan agresivo como lo presumen, en vez de sacar el pasaporte de la cartera, sacabas la glock 17 con 15 cartuchos y al chulo y a su compañero le metías dos plomazos, uno en pecho y otro en cabeza. Pero no se lo dices, porque no quieres herir su ego. Levantas la pistola, sacas el pasaporte y se lo entregas mientras escuchas como le preguntan diez veces a la mujer que si le has pegado. Ella, erroneamente abogada, dado su corazón caliente y su mente también, pero conocedora de la ley, les explica que no. Que siempre es ella la que se descontrola y grita, pero ellos no le creen e insisten. Ella lo niega. Ellos persisten. Tienen que hacer valer la ley. Quieren llevarse a alguien en la patrulla y darían lo imposible por lograrlo. Pero parece que sus esfuerzos son en vano y comprenden que el que se presumía verdugo es en realidad la víctima. Entonces, para no perder su papel de arrogantes, sermonean a la mujer de uno diciendole que así no debe comportarse en una comunidad. Exactamente como lo hicieron meses atrás otros, y antes, otros igual. Así está la cosa: que la mujer de uno tenga problemas de caracter significa que uno es un presunto maltratador.

El comando se va de casa creyendo que tiene la razón, pero no te cabe la menor duda de que si seis tíos fueran a tocar los cojones a casa de cada uno de ellos cada vez que discuten con la mujer, a la cuarta vez no sacrían el dni de la caja, sino el fusco embravecido. Al final es uno el normal y no los demás. Lo curioso es que se ahora e irán quejando de su trabajo e incluso de que los argentinos son las hoooooostia de violentos, pero a ninguno se le ocurrirá que a lo mejor, si elevan al fiscal un caso de falsa denuncia o algo parecido, harán algo por librar este pais de las injusticias.
Pero que bobo he sido. Que iluso de mí, al creer que había en la carta magna que nos rige, alguna referencia al concepto de presunción de inocencia.

La próxima vez no los dejo entrar…

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