El timo

– ¿Que estoy haciendo? Pensó. No puede ser. No puedo ser tan estúpido de caer en un timo como este.

Calculó entonces un salto. Era posible incluso sin mojarse. Estaba en forma; era lo único que lograba hacer bien. Así que saltó y lo hizo tan fuerte que tuvo que rodar, dada la inercia. Pero no se puso en pie. Sentado, contempló el barco hasta que los remolcadores lo giraron. Recordó allí todas aquellas películas sobre europeos que se marchaban de su tierra. También se percató de que nadie lo miraba desde arriba. Cada uno estaría a lo suyo. Cada uno tendría sus problemas.
Volvió a casa caminando y volcó literalmente sobre su sofá. Se ladeó y sacó de uno de sus bolsillos aquel ticket arrugado que ponía camarote 225 (exterior). Lo contempló un instante y se preguntó en que estaría pensando. Ahora tendría que reclamar su coche. Papeleos y burocracia que no le gustaban nada. Miró el reloj y prefirió dormirse.
Soñó con trenes que bajaban bajo la superficie, gente desesperada por salvarse, colas, tickets, dos barcos y un timo. Para su suerte volvió al mundo real cuando sintió el ruido de las llaves en el pasillo. Su mujer había vuelto a casa. Tampoco había caído en el timo. Habrían dejado mucho en Europa.
Pensaron en que escribirían sobre como se puede lucrar con el miedo de la gente. Divagaron durante horas perdiendo la noción del tiempo. La recuperaron cuando los primeros rayos de una luz alumbraron la mañana. Supieron entonces que había algo mal en la hora. Que ella ya no tendría que lidiar con aquellos clientes tan malhumorados y que él ya no tendría que cuestionarse tantas cosas sobre la vida. La miró a los ojos y la abrazó. Ella sacó su teléfono, apuntó hacia ambos y sacó la primera foto del día. La última de sus vidas…

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