La de ese día era la vigésimo segunda visita que Pietro Giordano le hacía al autoproclamado profesor Nemert. La situación lo tenía un poco incómodo. Hacía ya algunos meses que parecía que Alain Nemert había cambiado su esquizofrenia por una inclinación cada vez más fuerte al profetismo teórico de su nuevo discurso filosófico: le aseguraba a su psiquiatra que la forma más correcta de definir el universo era con axiomas o patrones que se repetían constantemente. Algunos muy difíciles de descubrir y otros tan evidentes como el imperialismo norteamericano, según palabras del propio Nemert.
– Que un árbol caiga en el parque y usted no lo oiga porque está en su casa no quiere decir que el árbol no haya hecho ruido al caer. – Explicó el profesor. – Llegamos a esta conclusión después de presenciar la caída de varios árboles. Por eso es de esperarse que si más de tres, cuatro o cinco lo hacen, el resto también lo haga. Si quiere, ponga usted siete u ocho millones de intentos como el mínimo, pero al final tendrá un axioma. Por cierto, deje usted de vestirse de blanco que no le sienta muy bien…
Pietro lo interrumpió:
– Señor Nemert, esta es mi vigésimo segunda visita y no hemos hecho ningún progreso…
– No parece usted querer entenderlo. – Se defendió el filósofo. – No entiendo para que me paga si no confía en las cosas que yo enseño. En esta escuela filosófica no aprenderá otra cosa que la aproximación más cercana a la verdad.
Nemert creía que Pietro lo visitaba para tomar las clases que él mismo impartía.
– Fijese por ejemplo en van Bureen – prosiguió Alain – Según él todo en el universo esta relacionado con los con los círculos. Dice que por un punto en el espacio-tiempo pasan todos los círculos del universo; que basta con elegir cualquiera de esos puntos para comprender cualquier circulo y que no hay otra forma que no sea la circular; que los átomos forman las moléculas de forma circular; que nuestro universo crece y se comprime circularmente; que todas las cosas son redundantes debido a que vuelven a pasar otra vez por su punto de origen y que cuando lo hacen, lo que se forma es un círculo, y no una línea recta. ¡No había oído nada más ridículo en toda mi vida! ¿Querría usted aprender filosofía con ese sujeto?
Van Bureen, que escuchaba tras la puerta, se precipitó en la habitación gritando violentamente:
– ¡Todo es circular! Si usted hace un análisis gráfico de cualquier aspecto de la vida de un ser humano desde que nace hasta que muere verá que lo que digo es cierto. Empezaría desde el punto cero e iría creciendo pensando que lo que aprende es cada vez mas cierto hasta que llegaría al punto máximo en el que empezaría a decrecer. Seguiría decreciendo hasta que ya no podría más y se contradiría con lo que una vez creyó para así completar el medio circulo. Luego recorrería el camino hacia atrás refutando sus ideas con la experiencia de haber dibujado su primer medio círculo hasta que ya no podría refutarse más y empezaría a creer que podría ser que lo que creía antes estuviera mal, pero que la refutación también lo estaría, y volvería entonces a decaer completando así su círculo en el punto donde lo comenzó.
Aquel episodio en el hospital psiquiátrico Abraham Maslow no fue en realidad más que otro episodio de los tantos donde el holandés, el filosofo y el siquiatra discutieron sobre el sentido de la vida, antes de tomar la dosis habitual de quince pastillas. Cinco por cabeza.